Hamlet, una de las más reconocidas obras de William Shakespeare, hoy se articula como una de las representaciones más penetrantes de la condición humana. Lejos de reducirse a una simple representación teatral, Hamlet se disgrega en una meditación lúcida y estremecedora sobre el ser, el deber, la muerte y la corrupción. En el centro de esta arquitectura dramática, “Hamlet”, príncipe de Dinamarca, no solo protagoniza la acción, sino que actúa como catalizador de la tragedia misma. Su figura encarna al hombre desgarrado por la conciencia, una criatura que, al abrirse al saber de su tiempo y a la sospecha de la verdad, precipita su caída y la de todos aquellos que lo rodean. En él, lo trágico no es simplemente un destino impuesto, sino una forma de habitar el mundo.
I. Hamlet, figura del desgarramiento
La tragedia en Hamlet no se limita a la sucesión de muertes ni al derrumbe de un orden político, sino que se manifiesta en la interioridad del protagonista, en su imposibilidad de reconciliar pensamiento y acción. Desde su primera aparición, Hamlet se nos presenta como una persona dividida: hijo del rey asesinado, testigo del incesto político entre su madre y el usurpador, obligado a cumplir un mandato de venganza que choca con su naturaleza contemplativa. Esta contradicción funda el conflicto trágico: Hamlet ve demasiado, comprende demasiado, y esa lucidez lo paraliza. Su drama es el de una conciencia despierta en un mundo regido por la traición, la apariencia y la mentira.
La célebre pregunta “¿ser o no ser?” no expresa una duda retórica, sino un abismo existencial. En ella se cifra el drama de quien no puede habitar el mundo sin interrogar su fundamento. Hamlet es el héroe trágico moderno porque no se entrega ciegamente a su destino; lo reflexiona, lo interrumpe, lo posterga, hasta el punto de consumir su vida en el intento de comprenderla. Su destino no le viene dado por los dioses ni por la fatalidad, sino por la lógica interna de su pensamiento. La tragedia, en su caso, no es solo lo que le ocurre, sino lo que él mismo produce con sus actos —y con sus demoras— al verse arrojado a una realidad que le resulta intolerable.
II. La tragedia como estructura de lo cotidiano
En nuestros días, la tragedia ha dejado de estar asociada exclusivamente a los grandes relatos heroicos o a las catástrofes excepcionales. Más bien, se ha infiltrado en la cotidianidad, en la experiencia silenciosa del sufrimiento, la desorientación y la pérdida de sentido. Vivimos en una época en la que el sujeto contemporáneo, como Hamlet, se ve enfrentado a un exceso de información, a la inestabilidad de las estructuras simbólicas y a una creciente dificultad para actuar en un mundo atravesado por la contradicción y el absurdo. La figura hamletiana encarna, así, no solo el drama de un príncipe renacentista, sino el malestar del hombre moderno que sospecha de todo y, sin embargo, debe seguir habitando el mundo.
En este sentido, la tragedia no es el hecho trágico en sí, más bien es tener que cargar con lo trágico a cuestas y seguir con la vida cotidiana. De esta manera, las tragedias se cuelgan a nosotros, y allí andamos como seres trágicos que sobreviven al atroz tormento de la realidad. Las tragedias personales —la pérdida de un ser amado, la traición, la soledad, la sensación de futilidad— no detienen el curso del mundo; al contrario, se superponen a la vida diaria, conviven con ella, se adhieren al cuerpo y al alma. El ser trágico, entonces, no es solo aquel que ha caído, sino aquel que camina con la herida abierta y continúa, no por heroicidad, sino porque no tiene otra elección que seguir.
En esta lectura, Hamlet no es distinto a cualquier individuo que, enfrentado a lo intolerable, no encuentra refugio en la evasión o la fe, sino que sigue respirando, hablando, observando, como si cada acto cotidiano (comer, escribir, pensar, amar) se hiciera a pesar de todo. La suya es una forma de resistencia sin épica, sin gloria: una conciencia trágica que sobrevive a su propio derrumbe. Su verdadera tragedia no es el asesinato de su padre en sí, sino el no saber qué hacer con ello sobre los hombros.
Hamlet (Acto 1 / Escena 2):“Lo que yo llevo dentro no se expresa: lo demás es ropaje de la pena”.
Excelente análisis
ResponderBorrarMuchas Gracias...!
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