En el siglo VI (a.c.) Buda popularizó el uso de los Mudras. Los Mudras son gestos que se realizan con las manos con el fin de transformar la energía de nuestro cuerpo.
Alzando las manos, en cierta posición, a la altura del pecho, se logra que circule la energía. Uniendo los pulgares durante la meditación, se transforma el entorno, etc.
Y desde allí, creo yo, los Mudras han formado parte de nuestra vida, evolucionando en el tiempo al igual que nosotros, incorporándose en nuestro día a día, sumándose a nuestro cuerpo de una manera tan sutil, que nunca nos percatamos de ellos.
En el colectivo, un hombre levanta sus hombros en señal de desconocimiento. En un parque, una mujer ahueca y estira sus labios hacia delante en un gesto de despedida. Una madre regaña al hijo moviendo su dedo índice de lado a lado. Yo escribo este texto apoyando la cabeza sobre las manos para canalizar el pensamiento.
Todos, de alguna manera, estamos siendo discípulos de aquel Buda. De la simpleza de sus gestos que, sin palabras, unen el mundo entre tanto ruido; logrando, a su manera, la imposible tarea de transmitir lo que no tiene palabras…
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