Leo por ahí, que en estos días pasados alguien dijo que las utopías no sirven para nada. Por supuesto que, ante esta nueva “premisa”, me siento en total desacuerdo. La afirmación me resuena como una simplificación peligrosa en un mundo que, más que nunca, necesita la visión de futuros posibles, aunque parezcan inalcanzables.
Pero, antes de aventurar cualquier pensamiento o de defender apasionadamente su valor, habría que definir qué es una utopía. ¿Se trata de un mero sueño irrealizable, de una fantasía pueril sin asidero en la realidad, o acaso encierra una función mucho más profunda y transformadora de lo que a primera vista podríamos percibir?
I
Definición
Es difícil definir la palabra “Utopía”, ya que no se trata de un objeto o de una simple expresión de deseo. Su complejidad radica en su naturaleza etérea y escurridiza, lo que la convierte en un concepto multifacético y en constante evolución.Si bien el diccionario ofrece una aproximación superficial y despreocupada a su significado, desglosándolo en dos acepciones principales, estas apenas rozan la superficie de su verdadera profundidad:
- Plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización: Esta primera definición va en contra de toda “utopía”, decir que algo es “deseable” pero de muy difícil realización, es perder la batalla antes de comenzar, es establecer una barrera inicial que puede desalentar su búsqueda. Esta formulación sugiere que, si bien la meta es atractiva y anhelada, su consecución se percibe como una empresa titánica, casi inalcanzable.
- Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano: Esta segunda acepción ahonda en el carácter visionario y constructivo de la utopía. Aquí, la utopía se convierte en una narrativa, una obra de la imaginación que proyecta una sociedad del mañana donde el bienestar colectivo y el desarrollo pleno del individuo son las piedras angulares. El problema de esta definición es que mantiene una idea ilusoria, imaginaria, ficcional. No se puede pensar la utopía como una obra de Lewis Carroll.
II
Literatura y variables
La palabra “utopía” fue expuesta por primera vez en la obra del polifacético Thomas More, conocido por nosotros, los hablantes hispanos, como Tomás Moro, y venerado como santo y mártir por católicos y anglicanos como santo Tomás Moro. La palabra utopía daba título a su obra; en ella, Utopía es el nombre dado a una isla y a la comunidad ficticia que la habita, cuya organización política, económica y cultural contrasta con la sociedad inglesa de la época. Con esta obra, Moro dio origen a una nueva expresión que trasciende su género literario, en el cual la descripción de una sociedad perfecta es el elemento central de la trama. Estas sociedades aparecen ubicadas en los extremos del mundo o en un futuro más o menos distante, pero siempre se trata de proyectos humanos, exentos de intervenciones sobrenaturales o maravillosas.Si bien las sociedades utópicas ya existían en las narraciones escritas antes de Moro, fue él quien acuñó el término que hoy las define. A modo de referencias anteriores a Tomás, podríamos nombrar como utópicas a Esqueria, la isla de los feacios descrita en la Odisea; la evocación de la Edad de Oro en Hesíodo; y el Israel utópico que se describe en la Biblia en el libro de Ezequiel. Con esta obra, Tomás Moro se suma a la pequeña lista de autores que han dejado una inventiva tan poderosa que partimos de ella para nombrar a sus antecesores. Tal es el caso de lo “Kafkiano”, como narra Jorge Luis Borges en su texto “Kafka y sus precursores”.
III
El arte como hacedor
Soñamos, ante la hostilidad de este mundo; aún dormimos y soñamos. El sueño es una utopía en miniatura, la realidad anacrónica de la voz que alimenta nuestra humanidad latente y, ante ella, en ese devenir de abstracciones, el arte aparece para discontinuar la vigilia sufriente.El arte, como lenguaje identitario de lo onírico, propicia las utopías no porque prometa su cumplimiento, sino porque las imagina, las sueña, las canta. Allí donde la realidad se impone con su violencia, su repetición y su norma, el arte se abre como un resquicio por donde se filtra otra posibilidad, otro mundo. Así, el arte no describe lo que es, sino lo que podría ser.
Decía Ernst Bloch que “el arte anticipa el contenido del mundo mejor”, y con ello señalaba esa fuerza profética que lo anima. Un cuadro, un poema, una danza o una sinfonía no se limitan a embellecer el presente; lo desestabilizan, lo transforman, lo interrogan. La utopía no es un plano arquitectónico, sino un impulso del espíritu: un modo de decir “aún no, pero quizá”, y en ese quizá radica la potencia más honda del arte.
Pensemos en la poesía como un territorio donde el lenguaje se reinventa; en el teatro, donde los cuerpos habitan otras vidas; en la pintura, que rompe las proporciones y el color para devolvernos la mirada. El arte nos recuerda que la realidad es sólo una entre muchas formas de existencia, que el mundo es narrable de otra manera. Como escribió Octavio Paz: “Toda creación artística es un acto de libertad. Y la libertad engendra posibilidades.”
El arte propicia las utopías porque no acepta los límites de lo dado. En su esencia reside una promesa inagotable: que otro mundo es posible, si antes lo imaginamos. Y eso —la imaginación activa del porvenir— es ya un acto tan revolucionario como necesario.
Decía Ernst Bloch que “el arte anticipa el contenido del mundo mejor”, y con ello señalaba esa fuerza profética que lo anima. Un cuadro, un poema, una danza o una sinfonía no se limitan a embellecer el presente; lo desestabilizan, lo transforman, lo interrogan. La utopía no es un plano arquitectónico, sino un impulso del espíritu: un modo de decir “aún no, pero quizá”, y en ese quizá radica la potencia más honda del arte.
Pensemos en la poesía como un territorio donde el lenguaje se reinventa; en el teatro, donde los cuerpos habitan otras vidas; en la pintura, que rompe las proporciones y el color para devolvernos la mirada. El arte nos recuerda que la realidad es sólo una entre muchas formas de existencia, que el mundo es narrable de otra manera. Como escribió Octavio Paz: “Toda creación artística es un acto de libertad. Y la libertad engendra posibilidades.”
El arte propicia las utopías porque no acepta los límites de lo dado. En su esencia reside una promesa inagotable: que otro mundo es posible, si antes lo imaginamos. Y eso —la imaginación activa del porvenir— es ya un acto tan revolucionario como necesario.
IV
Necesaria en la actualidad
Eduardo Galeano, en “El libro de los abrazos”, cita al cineasta argentino Fernando Birri y dice: "La utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar." Esta definición, poética y sencilla, excede cualquier cosa que yo haya escrito anteriormente en este artículo. El caminar en pos de un horizonte es caminar en pos de mí y de mis hermanos, en pos de los sueños compartidos y en el haber deseoso de un mundo más humano.Decir que las utopías no sirven para nada es caer, creo yo, en el pensamiento del utilitarismo que tiene esta época. Es tentarse en la inacción, en la falta de voluntad y rendirse, antes de haber dado todo, a un sistema que solo busca el progreso económico. Esta visión pragmática y despojada de idealismo nos condena a una existencia sin horizontes, donde la única medida de valor es la ganancia material y la eficiencia productiva. Al desechar las utopías, renunciamos a la capacidad de soñar, de imaginar un mundo diferente y, por ende, a la posibilidad de construirlo. Nos conformamos con lo que hay, con las injusticias y las limitaciones, en lugar de aspirar a algo más grande y justo
Quizás sea cierto y solo seguimos el fulgor de una estrella que ya no existe, una quimera que se desvaneció con el tiempo y las desilusiones. Puede ser que la historia nos demuestre que los grandes ideales suelen estrellarse contra la dura realidad. Sin embargo, en tanto y en cuanto ese fulgor siga destellando tenuemente la vibrancia de su luz, seguiremos caminando a ese lejano faro que promete un futuro mejor. Esa tenue luz, por más débil que parezca, es el motor que impulsa la esperanza, la fuerza que nos permite resistir y la brújula que orienta nuestros pasos hacia un mañana más equitativo, solidario y humano. Las utopías, aunque inalcanzables en su forma pura, son faros que nos guían, recordándonos que siempre es posible aspirar a un mundo mejor.
Bruno, tu escrito me ha conmovido hasta las lágrimas. Alegría de saber que hay quien contempla la vida con una mirada tan clara y profunda. Gracias! Te abrazo!
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