La historia y la poesía se encuentran en la encrucijada de la temporalidad, donde el relato se tiende como un puente entre el pasado y el presente, y la noticia se disuelve en la inmediatez del ahora. En este escenario, las reflexiones de Walter Benjamin y Atahualpa Yupanqui emergen como cauces que dialogan, a veces en un lento discurrir, otras veces como abruptos remolinos, acerca del arte de narrar y del valor del instante. Mientras Benjamín exalta la capacidad transformadora de la narración, Yupanqui lamenta la pérdida del espacio poético en medio de la vorágine informativa de la modernidad.
El Arte de Narrar: La Perspectiva de Walter Benjamin
Para Benjamín, la narración es mucho más que la mera exposición de hechos; es el arte de liberar las historias de las ataduras de las explicaciones inmediatas. En su visión, el relato auténtico se construye a partir de la acumulación de silencios, de pausas que permiten que el tiempo se doblegue en su interior, convirtiendo lo efímero en eterno. Benjamín nos invita a pensar en la narrativa como aquellas semillas herméticamente encerradas en el tiempo, que, aun después de milenios, germinan y despiertan asombro en quien las contempla.
Él contrasta la naturaleza efímera de la información, que vive solo en el instante en que es nueva, con la narración, cuyo poder reside en su capacidad de desplegar múltiples capas de significado a lo largo del tiempo. Al relatar episodios históricos, como el relato de Psammético y su dolor contenido, Benjamín nos muestra que la verdadera fuerza de una historia no se encuentra en su explicación inmediata, sino en el eco de sus matices, en la persistencia del sentimiento que sobrevive a la frialdad de los datos modernos.
Cada mañana que llega nos informa de las novedades que suceden en el mundo. Pero somos pobres, sin embargo, en historias que tengan interés. ¿A qué se debe esto? A que ya no llegan a nosotros acontecimientos que no estén entremezclados con explicaciones. Dicho en otras palabras: casi nada de cuanto nos sucede beneficia a la narración; casi todo es informativo. La mitad del arte de la narración consiste en liberar alguna historia de explicaciones al reproducirla.
Los antiguos eran maestros en hacerlo, ante todo Heródoto. En el capítulo catorce del libro tercero de sus Historias encontramos la historia de Psammético. Guando este rey de Egipto resultó derrotado y capturado por Cambises, que era el rey de Persia, este hizo el intento de humillarlo. Gambises ordenó, pues que Psammético se situara en la calle a través de la cual iba a pasar el desfile de la victoria sobre él. Y además se encargó de que el prisionero viera pasar a su propia hija cuando, como sirvienta, iba a llevar un cántaro a la fuente. Mientras que los egipcios sollozaban teniendo que contemplar este espectáculo, Psammético siguió mudo e inmóvil, con los ojos clavados en el suelo. Y cuando vio a su hijo conducido hacia la ejecución, permaneció del mismo modo inmóvil. Pero cuando, entre los prisioneros, reconoció a uno de sus sirvientes, que era un hombre viejo y miserable, se golpeó la cabeza con los puños y manifestó una gran tristeza.
La historia nos permite comprender en qué consiste una verdadera narración. La Información tiene un interés exclusivamente en el instante en que del todo es nueva. Ella vive tan solo en ese instante, se entrega a él por completo y se explica sin pérdida de tiempo. Por el contrario, la narración nunca se entrega. Centra sus fuerzas en el interior, y mucho tiempo después aún sigue siendo capaz de desplegarse.
Así volvió Montaigne a la narración del rey de Egipto y se preguntó por qué el rey no se lamenta hasta que por fin ve a su sirviente. Y Montaigne se responde: “Estando de antemano lleno e inundado de tristeza, la menor sobrecarga rompió los límites de su padecer”. De ese modo se puede en tender esta historia. Pero aún deja espacio para explicaciones diferentes. Cualquiera puede acceder a conocerlas planteando la pregunta de Montaigne en el círculo que forman sus amigos. Por ejemplo, dijo uno de los míos: “Al rey no le conmueve el destino de los de su familia, por cuanto se trata de su propio destino”. Otro respondió: “Sobre un escenario nos conmueven sin duda muchas cosas que nada nos conmueven en la vida, y ese sirviente era para el rey solamente un actor”. Añadió un tercero:“El dolor mayor se enquista siempre, y no se manifiesta hasta que llega la relajación. La visión del sirviente hizo ese efecto”. Y dijo un cuarto: “Si esta historia tuviera lugar hoy, todos los periódicos dirían que Psammético amaba mucho más a su siervo que a sus hijos”. Lo seguro es que hoy un periodista lo daría explicado de inmediato.
Heródoto no nos da una explicación. Hace un relato completamente seco. Y por eso esta historia situada en el antiguo Egipto sigue siendo capaz, varios milenios después de sucedida, de provocar asombro y reflexión. Se parece así a las semillas que han estado encerradas bien herméticamente durante miles de años en las salas que guardan las pirámides, de modo que con ello han conservado hasta el día de hoy su capacidad de germinar.
La Urgencia del Instante: La Voz Poética de Atahualpa Yupanqui
Por otro lado, Atahualpa Yupanqui se manifiesta en un canto melancólico contra la inmediatez impuesta por la modernidad. En un mundo donde la televisión y la radio se encargan de diseminar noticias al instante, Yupanqui cuestiona el precio que se paga por la rapidez: el olvido de lo íntimo, lo poético y lo verdaderamente humano.
Según Yupanqui, en el torbellino de la información global se pierde la esencia de lo que significa sentir, de lo que significa habitar un verso que resuena en el alma. Mientras los medios nos trasladan al segundo las grandes novedades —desde conflictos hasta discursos que se anuncian— se esfuma la oportunidad de atisbar las voces olvidadas de poetas y creadores, cuyas palabras brotaban en silencio, como ríos subterráneos, para nutrir la tierra de la cultura.
Yupanqui nos invita a detenernos, a redescubrir el valor de aquellos momentos en los que la poesía florece a pesar de la prisa del mundo moderno. Su crítica es a la deshumanización del relato en la era de la inmediatez, donde la belleza de lo sentido se sacrifica en el altar de lo urgente.
Ahora tenemos la televisión, la radio; ahora nos traen una noticia rápidamente, lo que está pasando en Oriente, lo que está pasando en todo el mundo. Al segundo lo sabemos, al minuto lo sabemos.
Lo que no sabemos es cuantos poetas escribieron un poema, ayer y antes de ayer, y el domingo antes de la tormenta, o el viernes después que anocheció.
Ninguna revista, ningún diario nos dice “En Villa Dolores ha salido un poeta; en Buenos Aires, en Arrecife hay un nuevo poema de Fulano; Fulana ha escrito este hermoso poema, acá va señores”, enseñándonos como los argentinos pronuncian la poesía o la literatura a través de sus desvelos, de sus impaciencias, de esa locura divina que los hace afirmarse en su continente. No tenemos.
Tenemos sí la noticia de la guerra que viene, de la que se prepara, del discurso que viene, del que se prepara. ¿Y lo otro? ¿Y lo de adentro?
Aunque proceden de contextos y sensibilidades aparentemente opuestas, Benjamín y Yupanqui convergen en su anhelo por rescatar el alma de la narración. Ambos denuncian, a su modo, la pérdida de la dimensión humana en el relato de los hechos. Benjamín, con su mirada histórica y filosófica, nos muestra que la historia verdadera es aquella que se conserva en el latido del tiempo y que, al ser narrada, adquiere una profundidad que desafía el olvido. Yupanqui, por su parte, nos recuerda que la prisa de la modernidad nos hace olvidar que detrás de cada noticia hay un universo interior, un poema que merece ser escuchado.
En esta encrucijada, la reflexión se vuelve un acto de resistencia. Es un llamado a recuperar la mirada pausada, a valorar el silencio entre las palabras y a reintroducir la poesía en el discurso cotidiano. La filosofía que subyace en ambas posturas es la de reconocer que el verdadero conocimiento no se reduce a la acumulación de datos, sino que se nutre del arte de contar, de sentir y de interpretar el devenir de la existencia.
La dualidad entre lo urgente y lo eterno se revela en cada palabra, en cada pausa, y en cada verso. La narrativa de Benjamín nos recuerda que el tiempo real se mide en la capacidad de asombrarse, mientras que Yupanqui clama por un espacio donde la poesía pueda respirar, resistir y, finalmente, transformar la realidad.
Pensar a Walter Benjamin y Atahualpa Yupanqui en un mismo texto es algo que no había leído antes. Sinceramente, tu trabajo, Bruno, es muy interesante. Te sigo leyendo con ansias más
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