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Utopías: ¿Son o fueron?

Sobre la conciencia poética



Harold Bloom, en su libro “Anatomía de la influencia”, asegura que: “La conciencia es la materia del poeta”. Frase, idea y concepto que me impacto desde el primer instante en que me encontré con ella. Como es habitual en mí hacer, cuando un haz de luz me atraviesa la sombra, salgo al encuentro de su forma corpórea para entender su desarrollo en profundidad, y aquí vamos a su encuentro.


I

Antes de comenzar cualquier conjetura, es necesario definir la palabra “conciencia” para evitar malentendidos posteriores y trazar un curso de aguas mansas. La R.A.E. define la palabra conciencia como “el conocimiento del bien y del mal que permite a la persona enjuiciar moralmente la realidad y los actos, especialmente los propios”. Si bien no coincido plenamente con esta definición y, para no exponer aquí todas las variables del diccionario (invito al lector a buscarlas por sus propios medios), partamos directamente a su raíz etimológica.

La palabra conciencia, del latín “conscientia” -conocimiento compartido-, y este de “cum scientĭa” -con conocimiento-, el mismo origen que tiene consciencia, ser conscientes de ello se define, en términos generales, como el conocimiento que un “ser” tiene de sí mismo y de su entorno.

En el psicoanálisis, la conciencia es una cualidad psíquica que representa un nivel superior de percepción y organización mental. Es una experiencia subjetiva que prepara al individuo para responder inteligentemente a los estímulos. Freud la describe como la cara subjetiva de algunos procesos físicos que se producen en el sistema neuronal, especialmente los procesos perceptivos.

Quizás la definición de conciencia más acertada, cuando se trate de poesía, sea la de Platón, quien definió la conciencia como la relación del alma con ella misma, un diálogo que se genera con un lenguaje capaz de preguntar y responder al mismo tiempo.

Teniendo ya una vaga idea del concepto “conciencia”, podemos decir, a primera lectura, que Harold Bloom afirma que el conocimiento moral y ético del entorno y de sí mismo es la materia prima de la poética. Pero me pregunto: ¿se puede escribir poesía solo con ello? ¿Basta la conciencia para sublimar un lenguaje poético que confiera sentimiento y belleza?



II

Al escribir poesía, escribimos con toda la tradición poética que sobrevuela el mundo, desde lo más antigua y lejano, hasta el instante previo en cuál apoyamos el lápiz sobre el papel. Al intentar plasmar un verso, el poeta se suma a lista interminable de personas y nombres, celebres y anónimos, que han hecho lo propio a lo largo de la historia. A esa “tradición” se le suma el devenir personal, para que los acontecimientos vividos confluyan en el pulso de la mano que va a imprimirse sobre el papel. 

A esta tradición podemos llamarla “conciencia”, pero no hay certeza de que el poeta sea verdaderamente “consciente” de ella. Muchas veces, el acto de escribir es un impulso más profundo, una necesidad que surge de las entrañas, de lo más íntimo y recóndito del ser. El poeta se convierte en un disidente y expone, sin tenerlo del todo claro, su malestar euripidiano. Allí se desata el Agón, la batalla contra el dios/dioses, y el poeta se materializa en la prometeica acción de ser él mismo un creador.

En este punto, nos acercamos al Dr. Samuel Johnson quien dijo que: “la esencia de la poesía es la invención”.


III

Intentando relacionar la “conciencia” de Harold Bloom y la “invención” del Dr. Johnson, podemos decir que ambos elementos son parte del “arché” de la poesía. Sin embargo, me temo que ambos han caído en la “racionalización del método”. Es decir, un intento lógico de querer explicar el impulso metafísico que lleva al poeta a escribir sus versos. El poeta nunca está del todo seguro de lo que escribe, ni de si él mismo es el indicado para decir lo que dice. Vacila constantemente y duda como el Cristo del evangelio de Marcos.

Un buen ejemplo de ello es el pequeño relato de Chuang Tzu, filósofo y poeta de la China antigua. Chuang Tzu escribe: “Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu”. La duda del poeta es disfrazada por el filósofo; ambos conviven en Tzu. El relato comienza escrito por el poeta, a él le ocurre el sueño, es él quien se convierte en mariposa. Después, el filósofo avasalla la acción y se sobrepone al poeta titubeante que se deja ganar por la duda. El principio poético que fue la transformación de un hombre en mariposa, ahora es una duda existencial y onírica.

Si bien soñar y escribir un poema tienen sus similitudes, digamos que el trance del poeta puede ser un sueño, recordemos aquella famosa frase de Borges que decía: “La literatura no es otra cosa que un sueño dirigido”. Esta no es condición esencial para el poeta, que puede no soñar y escribir un poema de igual eficacia y belleza.



IV


En desenlace, podemos decir que la conciencia poética no es un concepto estático, sino un proceso dinámico que involucra tanto la autocomprensión del poeta como su interacción con la tradición literaria y el impulso creativo. 

La definición de conciencia, ya sea desde una perspectiva moral, ética o introspectiva, se entrelaza con la necesidad de invención y creación que menciona el Dr. Johnson. Este proceso creativo, como se ejemplifica en la narrativa de Chuang Tzu, es un balance continuo entre la certeza y la duda, entre la experiencia subjetiva y la herencia cultural. Así, la poesía se convierte en un acto de transcendencia, donde el poeta navega entre el conocimiento consciente y el impulso inconsciente, creando una obra que refleja tanto su mundo interno como el externo. 

La conciencia poética, por lo tanto, es la paráfrasis de la complejidad humana, un diálogo constante entre el ser y su entorno, que busca capturar la esencia de la existencia a través del lenguaje poético.  


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